02-11-2011 |
“Podemos cambiar el curso de las cosas”
Según el escritor y economista francés Olivier Pastre, la verdad es un cúmulo de mentiras que se disparan de todas partes: el FMI miente, las agencias de calificación mienten, los analistas financieros mienten, las instancias de regulación mienten.
Fuente: Página /12
Según la hora, el analista, el columnista o el canal de televisión, los argumentos para explicar la crisis mundial varían como el color del cielo. ¿Cuál es la verdad? En realidad, la verdad es un cúmulo de mentiras que se disparan de todas partes: el Fondo Monetario Internacional miente, las agencias de calificación mienten, los analistas financieros mienten, las instancias de regulación mienten. La mentira, o su exposición, es la trama del ensayo de los economistas franceses Olivier Pastré y Jean-Marc Sylvestre. En su libro ¡Nos mienten!, Pastré y Sylvestre elaboraron una suerte de catálogo de la mentira en economía política, al tiempo que ponen de relieve los errores monumentales de los organismos de crédito multilaterales, de las agencias de calificación y de los medios de comunicación, que dan crédito a las mentiras envolviéndolas de verdad. No escapan a los análisis los dirigentes políticos y los grupos como el G-20, todos amordazados y paralizados hasta que el incendio rodea la casa. Pero como lo señala en esta entrevista el profesor Olivier Pastré, una vez que el incendio se alejó, el sistema vuelve a reproducir los mismos males.
–Su libro es una suerte de catálogo de las mentiras que los actores económicos expanden por el mundo, sea para explicar la crisis, sea para ocultarla. ¿Puede decirse acaso que el capitalismo parlamentario nos mintió para mantener las cosas en el mismo lugar?
–¡Como decía Lampedusa, hay que cambiarlo todo para que nada cambie! Pero creo que tampoco se deben tener visiones simplificadoras. Con esto quiero decir que es muy probable que un segmento importante de los dirigentes no tuviera ningún deseo de que las cosas cambien. Por consiguiente, se mintieron a sí mismos primero y luego le mintieron a su público. Sin embargo, para explicar la ceguera del sistema, también hay que mencionar una suerte de mecanismo de autosugestión. Hay una divisa bursátil muy conocida que dice “los árboles no suben hasta el cielo”. Ahora bien, los dirigentes de la economía de mercado creyeron que los árboles sí subían hasta el cielo. Recuerdo que ya existe una referencia reciente de esta con la burbuja de Internet, la burbuja de las nuevas tecnologías. En el año 2000, la valorización de las empresas que operaban en la red llegó a la locura total. Sin embargo, los dirigentes políticos, los bancos, los analistas financieros, los medios de comunicación, todo el mundo decía que Internet había creado un nuevo modelo y que una empresa podía valer 500 veces sus beneficios anuales. He aquí una prueba de inconsciencia que fue sancionada por los mercados. Lo mismo pasa ahora. La inconsciencia de 2005, 2006 y 2007 está siendo ahora sancionada por los mercados, pero de una forma mucho más grave. Hoy, a diferencia de lo que ocurrió con la burbuja de las nuevas tecnologías, todos los sectores y todos los países están concernidos. En ello radica la gravedad de la crisis actual.
–Existen otros emisores de mentiras que detentan un poder considerable: las estadísticas, las agencias de calificación y el FMI.
–Si observamos las previsiones del FMI, constatamos que desde hace mucho tiempo que son erróneas. El FMI no anticipó la crisis y hoy este organismo nos dice con cierta dificultad que la crisis se ha instalado. Y sin embargo, a pesar de que las previsiones del FMI son holgadamente falsas, se las sigue analizando con una devoción casi religiosa. Y con las agencias de calificación ocurre exactamente lo mismo. Ninguna agencia anticipó la crisis. Quiero recordar que las agencias de calificación habían dado a los créditos subprime una triple A, lo que es muy preocupante. Aquí también se sigue escuchando a las agencias de calificación como si fueran una Virgen Santa. Pero la devoción y la idolatría no tienen ninguna justificación. Se trata ahora de saber a quién hay que criticar, ¿a las estadísticas, a las agencias de calificación, a aquellos que les dan una importancia mayor? Todo el mundo es responsable de lo que está ocurriendo. Los bancos centrales son responsables, en particular el banco central norteamericano, las autoridades bancarias son responsables, los bancos, las agencias de calificación, los analistas financieros, los Estados son igualmente responsables. De hecho, no hay que señalar a un culpable ni buscar un chivo expiatorio. La responsabilidad es global. La responsabilidad de la crisis no incumbe a las estadísticas o a las agencias de calificación. La responsabilidad es ineludiblemente colectiva.
–Otra de las mentiras que usted señala y que se ha vuelto un mito desde 2008 es el de la regulación financiera. Usted afirma que el G-20 es en realidad papel mojado.
–Sobre el G-20 hay que decir tres cosas. La primera es que la creación del G-20 fue una muy buena idea. Antes de la creación del G-20, la economía mundial estaba gobernada por los países más endeudados, Estados Unidos, Francia, etc. Además, se habían dejado afuera a los países que creaban más valores, o sea, Brasil, Rusia, India, China, Africa del Sur. La creación del G-20 es entonces una evolución extremadamente positiva en materia de gobierno económico mundial. En segundo lugar, en la cumbre del G-20 que se celebró en Londres en 2009 se tomaron decisiones correctas en lo que atañe el papel del FMI, los paraísos fiscales o las bonificaciones de los traders. Pero en tercer lugar, y aquí está el problema, desde esa cumbre de Londres el G-20 dejó de tomar decisiones. ¿Por qué? Pues porque el G-20, al igual que todas las demás instancias de regulación, sólo toma decisiones cuando cunde el miedo. Tiene que ocurrir lo que vimos con Lehman Brothers para que, seis meses después, se tomen las decisiones necesarias. El problema radica en que, una vez que pasó la tormenta, nos olvidamos de que tuvimos miedo y todo vuelve a comenzar igual: la especulación, los bonificaciones surrealistas destinadas a los traders, etc, etc. Prueba de ello, hizo falta que estallara la crisis griega para que los reguladores tengan miedo y vuelvan a regular. Por consiguiente, se puede decir que el gobierno mundial sólo progresa con la crisis. En cuanto los reguladores tienen miedo, recién ahí se ponen a regular.
–¿Pero cómo se puede explicar un tal recurso a la mentira en economía política? Economistas, dirigentes políticos, organismos internacionales, todos mienten...
–Es lamentable, pero ésa es la triste realidad. Hay tres tipos de mentiras: la mentira voluntaria, esa que se escuda detrás del argumento según el cual esconder la realidad es un buen principio; está la mentira involuntaria, que se funda sobre un análisis erróneo de la situación y conduce a difundir falsas informaciones casi de buena fe; luego está la mentira que uno se cuenta a sí mismo, es decir, cuando se dispone de un buen análisis de la situación pero como no se quiere reconocer la validez del mismo se termina disimulando la realidad. En los tres casos se emiten enunciados falsos y casi nadie pone en tela de juicio el discurso dominante. Hay varios elementos para explicar esto. Uno de ellos es el llamado pensamiento único. A la gente le gusta pensar lo que piensan los demás. En la sociedad actual, contar con un pensamiento heterodoxo no es algo fácil. Por otra parte, los medios de comunicación tienen una marcada tendencia a acentuar este fenómeno. Los medios se focalizan en lo instantáneo, en lo espectacular. Así terminan difundiendo el mismo análisis sin profundidad.
–Usted es uno de los pocos analistas económicos que afirman sin ambigüedad que Estados Unidos está en quiebra.
–Si los Estados Unidos fueran una empresa, ya se habría declarado en quiebra. No hay ninguna duda al respecto. Estados Unidos vivió por encima de sus medios endeudándose más allá de lo razonable y desindustrializándose en exceso. ¡Esto dura desde hace 20 años! La situación norteamericana es muy, muy mala.
–Sin embargo, pese al inocultable marasmo, usted sugiere que no todo está perdido. ¿Cómo se sale de este pantano? ¿Acaso hay que poner término a la tan comentada globalización?
–Yo soy un crítico de las tesis que proponen el fin de la globalización. De hecho, la globalización tuvo muchos defectos, es obvio que acrecentó las desigualdades, pero, globalmente, la economía mundial nunca conoció un crecimiento tan fuerte como con el proceso de globalización. No hay entonces que tirar todo a la basura. La desglobalización podría acarrear una pérdida de los beneficios adquiridos. No quiero decir con esto que, por ejemplo, la situación de los obreros chinos que trabajan en el sector industrial gracias a la globalización sea buena; no, para nada. Lo que sí digo es que la globalización fue un factor de crecimiento incuestionable, en particular para los países del sur. Los excesos de la globalización deben ser criticados. En este sentido, si sigo siendo optimista es precisamente porque si admitimos que todos somos responsables de la situación actual, tanto las empresas, los bancos, los dirigentes políticos, las instancias de regulación como la gente, podemos cambiar el curso de las cosas. Si cada uno de estos actores económicos se reforma es posible desembocar en un gobierno económico mundial más satisfactorio. Lamentablemente, las reformas sólo se realizan cuando no cabe otra salida. Probablemente hará falta que la crisis se agrave más para que los dirigentes y los dirigidos acepten las reformas.
Según la hora, el analista, el columnista o el canal de televisión, los argumentos para explicar la crisis mundial varían como el color del cielo. ¿Cuál es la verdad? En realidad, la verdad es un cúmulo de mentiras que se disparan de todas partes: el Fondo Monetario Internacional miente, las agencias de calificación mienten, los analistas financieros mienten, las instancias de regulación mienten. La mentira, o su exposición, es la trama del ensayo de los economistas franceses Olivier Pastré y Jean-Marc Sylvestre. En su libro ¡Nos mienten!, Pastré y Sylvestre elaboraron una suerte de catálogo de la mentira en economía política, al tiempo que ponen de relieve los errores monumentales de los organismos de crédito multilaterales, de las agencias de calificación y de los medios de comunicación, que dan crédito a las mentiras envolviéndolas de verdad. No escapan a los análisis los dirigentes políticos y los grupos como el G-20, todos amordazados y paralizados hasta que el incendio rodea la casa. Pero como lo señala en esta entrevista el profesor Olivier Pastré, una vez que el incendio se alejó, el sistema vuelve a reproducir los mismos males.
–Su libro es una suerte de catálogo de las mentiras que los actores económicos expanden por el mundo, sea para explicar la crisis, sea para ocultarla. ¿Puede decirse acaso que el capitalismo parlamentario nos mintió para mantener las cosas en el mismo lugar?
–¡Como decía Lampedusa, hay que cambiarlo todo para que nada cambie! Pero creo que tampoco se deben tener visiones simplificadoras. Con esto quiero decir que es muy probable que un segmento importante de los dirigentes no tuviera ningún deseo de que las cosas cambien. Por consiguiente, se mintieron a sí mismos primero y luego le mintieron a su público. Sin embargo, para explicar la ceguera del sistema, también hay que mencionar una suerte de mecanismo de autosugestión. Hay una divisa bursátil muy conocida que dice “los árboles no suben hasta el cielo”. Ahora bien, los dirigentes de la economía de mercado creyeron que los árboles sí subían hasta el cielo. Recuerdo que ya existe una referencia reciente de esta con la burbuja de Internet, la burbuja de las nuevas tecnologías. En el año 2000, la valorización de las empresas que operaban en la red llegó a la locura total. Sin embargo, los dirigentes políticos, los bancos, los analistas financieros, los medios de comunicación, todo el mundo decía que Internet había creado un nuevo modelo y que una empresa podía valer 500 veces sus beneficios anuales. He aquí una prueba de inconsciencia que fue sancionada por los mercados. Lo mismo pasa ahora. La inconsciencia de 2005, 2006 y 2007 está siendo ahora sancionada por los mercados, pero de una forma mucho más grave. Hoy, a diferencia de lo que ocurrió con la burbuja de las nuevas tecnologías, todos los sectores y todos los países están concernidos. En ello radica la gravedad de la crisis actual.
–Existen otros emisores de mentiras que detentan un poder considerable: las estadísticas, las agencias de calificación y el FMI.
–Si observamos las previsiones del FMI, constatamos que desde hace mucho tiempo que son erróneas. El FMI no anticipó la crisis y hoy este organismo nos dice con cierta dificultad que la crisis se ha instalado. Y sin embargo, a pesar de que las previsiones del FMI son holgadamente falsas, se las sigue analizando con una devoción casi religiosa. Y con las agencias de calificación ocurre exactamente lo mismo. Ninguna agencia anticipó la crisis. Quiero recordar que las agencias de calificación habían dado a los créditos subprime una triple A, lo que es muy preocupante. Aquí también se sigue escuchando a las agencias de calificación como si fueran una Virgen Santa. Pero la devoción y la idolatría no tienen ninguna justificación. Se trata ahora de saber a quién hay que criticar, ¿a las estadísticas, a las agencias de calificación, a aquellos que les dan una importancia mayor? Todo el mundo es responsable de lo que está ocurriendo. Los bancos centrales son responsables, en particular el banco central norteamericano, las autoridades bancarias son responsables, los bancos, las agencias de calificación, los analistas financieros, los Estados son igualmente responsables. De hecho, no hay que señalar a un culpable ni buscar un chivo expiatorio. La responsabilidad es global. La responsabilidad de la crisis no incumbe a las estadísticas o a las agencias de calificación. La responsabilidad es ineludiblemente colectiva.
–Otra de las mentiras que usted señala y que se ha vuelto un mito desde 2008 es el de la regulación financiera. Usted afirma que el G-20 es en realidad papel mojado.
–Sobre el G-20 hay que decir tres cosas. La primera es que la creación del G-20 fue una muy buena idea. Antes de la creación del G-20, la economía mundial estaba gobernada por los países más endeudados, Estados Unidos, Francia, etc. Además, se habían dejado afuera a los países que creaban más valores, o sea, Brasil, Rusia, India, China, Africa del Sur. La creación del G-20 es entonces una evolución extremadamente positiva en materia de gobierno económico mundial. En segundo lugar, en la cumbre del G-20 que se celebró en Londres en 2009 se tomaron decisiones correctas en lo que atañe el papel del FMI, los paraísos fiscales o las bonificaciones de los traders. Pero en tercer lugar, y aquí está el problema, desde esa cumbre de Londres el G-20 dejó de tomar decisiones. ¿Por qué? Pues porque el G-20, al igual que todas las demás instancias de regulación, sólo toma decisiones cuando cunde el miedo. Tiene que ocurrir lo que vimos con Lehman Brothers para que, seis meses después, se tomen las decisiones necesarias. El problema radica en que, una vez que pasó la tormenta, nos olvidamos de que tuvimos miedo y todo vuelve a comenzar igual: la especulación, los bonificaciones surrealistas destinadas a los traders, etc, etc. Prueba de ello, hizo falta que estallara la crisis griega para que los reguladores tengan miedo y vuelvan a regular. Por consiguiente, se puede decir que el gobierno mundial sólo progresa con la crisis. En cuanto los reguladores tienen miedo, recién ahí se ponen a regular.
–¿Pero cómo se puede explicar un tal recurso a la mentira en economía política? Economistas, dirigentes políticos, organismos internacionales, todos mienten...
–Es lamentable, pero ésa es la triste realidad. Hay tres tipos de mentiras: la mentira voluntaria, esa que se escuda detrás del argumento según el cual esconder la realidad es un buen principio; está la mentira involuntaria, que se funda sobre un análisis erróneo de la situación y conduce a difundir falsas informaciones casi de buena fe; luego está la mentira que uno se cuenta a sí mismo, es decir, cuando se dispone de un buen análisis de la situación pero como no se quiere reconocer la validez del mismo se termina disimulando la realidad. En los tres casos se emiten enunciados falsos y casi nadie pone en tela de juicio el discurso dominante. Hay varios elementos para explicar esto. Uno de ellos es el llamado pensamiento único. A la gente le gusta pensar lo que piensan los demás. En la sociedad actual, contar con un pensamiento heterodoxo no es algo fácil. Por otra parte, los medios de comunicación tienen una marcada tendencia a acentuar este fenómeno. Los medios se focalizan en lo instantáneo, en lo espectacular. Así terminan difundiendo el mismo análisis sin profundidad.
–Usted es uno de los pocos analistas económicos que afirman sin ambigüedad que Estados Unidos está en quiebra.
–Si los Estados Unidos fueran una empresa, ya se habría declarado en quiebra. No hay ninguna duda al respecto. Estados Unidos vivió por encima de sus medios endeudándose más allá de lo razonable y desindustrializándose en exceso. ¡Esto dura desde hace 20 años! La situación norteamericana es muy, muy mala.
–Sin embargo, pese al inocultable marasmo, usted sugiere que no todo está perdido. ¿Cómo se sale de este pantano? ¿Acaso hay que poner término a la tan comentada globalización?
–Yo soy un crítico de las tesis que proponen el fin de la globalización. De hecho, la globalización tuvo muchos defectos, es obvio que acrecentó las desigualdades, pero, globalmente, la economía mundial nunca conoció un crecimiento tan fuerte como con el proceso de globalización. No hay entonces que tirar todo a la basura. La desglobalización podría acarrear una pérdida de los beneficios adquiridos. No quiero decir con esto que, por ejemplo, la situación de los obreros chinos que trabajan en el sector industrial gracias a la globalización sea buena; no, para nada. Lo que sí digo es que la globalización fue un factor de crecimiento incuestionable, en particular para los países del sur. Los excesos de la globalización deben ser criticados. En este sentido, si sigo siendo optimista es precisamente porque si admitimos que todos somos responsables de la situación actual, tanto las empresas, los bancos, los dirigentes políticos, las instancias de regulación como la gente, podemos cambiar el curso de las cosas. Si cada uno de estos actores económicos se reforma es posible desembocar en un gobierno económico mundial más satisfactorio. Lamentablemente, las reformas sólo se realizan cuando no cabe otra salida. Probablemente hará falta que la crisis se agrave más para que los dirigentes y los dirigidos acepten las reformas.